Robert M. Sapolsky ha entrado en la escogida elite de los escritores naturalistas, ese pequeño microcosmos verde por el que pululan ejemplares humanos tan brillantes como Gerald Durrell, Jane Goodall o George B. Schaller. Y lo ha hecho por la puerta grande gracias a un libro que acaba de publicar editorial Mondadori en España: «Memorias de un primate».
El doctor Sapolsky, voluntario del Museo de Ciencias Naturales de Nueva York con 21 años, viaja a Kenia con dos únicas herramientas en su equipaje: algunos conocimientos de Suajili y toneladas de entusiasmo. En un idealista que tiene como objetivo central de su vida estudiar los primates en su hábitat natural. En principio, nada original.
Existen numerosos casos de científicos que ha llevado el estudio de nuestros parientes peludos hasta la obsesión, siendo tal vez el caso más popular el de la primatóloga Diana
Fossey, asesinada mientras estudiaba y defendía a los gorilas de montaña de los volcanes Virunga. Fossey se ha convertido en una leyenda, y sus textos, repletos de datos sobre el
comportamiento de los grandes monos, se pueden considerar clásicos absolutos.
Sapolsky escribe mejor que Fossey. Tal vez su aportación a la primatologia no resulte tan impactante, pero sus textos son mucho más vigorosos, más creativos e infinitamente más
sorprendentes. Leyendo a Fossey nos sumergíamos en la vida intima de nuestros peludos parientes; leyendo a Sapolsky conocemos Kenia, intimamos con sus habitantes y disfrutamos de detalles inéditos de un continente en peligro.
La ciencia, con sus imprescindibles dosis de información y rigor, puede resultar divertida. Y el lector no especializado puede disfrutar con ella. Este es el gran logro del biólogo
norteamericano, uno de los grandes descubrimientos de la literatura de naturaleza de los últimos tiempos.
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