Rosa Montero es una magnífica escritora comprometida. Sus textos jamás resultan superficiales: aprovecha cada línea para hablar de la injusticia, de la miseria, de la desigualdad... de un mundo demasiadas veces injusto y violento. Y cuando escribe de viajes no hace excepciones. Recorre el Planeta con los ojos bien abiertos y el corazón encogido, y lo cuenta de una forma apasionada y recia, como en «Estampas bostonianas».
Para este nuevo libro ha recuperado viejos reportajes publicados a lo largo de 20 años en el diario El País. Reportajes en los que no se limita a recorrer bellos parajes y analizar superficialmente las costumbres de sus habitantes. La periodista recorre Irak, Australia, China, el Polo Norte, Alaska y el Sáhara, y centra buena parte de su atención en los marginados y los perdedores, que curiosamente suelen ser aquellos que viven desde hace siglos en esos lugares de ensueño. Pueblos condenados en muchas ocasiones a perder sus costumbres, a abandonar sus raíces culturales, a vivir en la estrechez, a perder su identidad.
En este terreno es donde Rosa Montero se mueve con mayor brillantez. Es una gran escritora, pero no escribe por ese motivo. Escribe porque concibe la literatura como un poderoso medio para estimular la conciencia anestesiada del lector. Sus textos, siempre interesantes pero muchas veces incómodos, nos recuerdan que vivimos en un mundo imperfecto y cruel. «El mundo cambia constantemente de manera vertiginosa», escribe en el prólogo, «y asomarme a algunos de estos textos ha sido para mi como atisbar por la ventanilla de un tren un paisaje que la velocidad distorsiona. Y es que, de algún modo, viajar también es enfrentarse a la fugacidad».
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