Bruce Chatwin, autor de «Los trazos de la canción», fue el viajero ideal. Al menos eso piensan muchos de sus lectores, adictos tanto a su musculosa forma de narrar como a su crepuscular modo de vida. Gran seductor, caminante inagotable, arqueólogo, fabulador y experto en arte, el escritor británico murió en 1989, a la edad de 48 años y con sólo media docena de libros escritos.
«Flirteaba con todo hombre, mujer o perro», dicen sus enemigos. «Se celebraba por igual sus libros y su belleza, su charla y su estilo de prosa. Fue famoso por la intensidad de su presencia. Y fue famoso por sus ausencias», afirmó Susannah Clapp, la mujer que escribió su primera biografía. «Era hermoso hasta lo imposible», sentenció el marchante John Kasmin.
Chatwin fue un nómada. Pertenecía a esa clase de escritores viajeros que sólo pueden escribir en la carretera, aprovechando la cama de un hotel o la luz del fuego de una tienda india. En Australia se encontró muy cómodo junto a los aborígenes, con los que compartía su insatisfacción por la sociedad civilizada y las costumbres del hombre moderno.
«Los trazos de la canción» pasa por ser una novela, un libro de viajes y la recopilación de toda una suerte de conocimientos esenciales y reflexiones filosóficas. El autor recorre el continente australiano con los ojos bien abiertos, charlando con gentes de todas las étnias y clases sociales, y tomando notas sobre cuanto llama su atención. «Un buen caballo es un miembro de la familia», escribe. Y es que Chatwin fue uno de los escritores de viajes más originales de todos los tiempos. Basta con observar la aparentemente anárquica estructura del libro para comprender que la capacidad de embrujo de este hombre, al que sus editores compararon con T. E. Lawrence y Arthur Rimbaud, no tenía límites. En ocasiones parece la narración de un periodista, mostrando un vigor y una precisión matemáticas. En el párrafo siguiente es capaz de cambiar de estilo y, sin el más mínimo problema, describir un paisaje australiano con la transparencia y la luminosidad de una acuarela.
Chatwin fue un hermoso maldito, y este libro nos ayuda a comprender su forma mágica de entender este mundo. Australia es una excusa. Lo importante siempre es el viaje: «La vida es un puente. Crúzalo, pero no construyas una casa encima», dijo en una ocasión.
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