El escritor Paul Theroux cruzó toda Asia en tren y, basándose en las experiencias vividas, escribió un par de libros de viajes absolutamente clásicos. «El gran bazar del ferrocarril» y «El Gallo de Hierro», así se titulan esas obras, marcaron a toda una serie de lectores que, durante la década de los setenta, comprobaron como la literatura nómada se movía mejor sobre raíles.
Ediciones B, que ya publicó en esta colección llamada Biblioteca Grandes Viajeros esos dos títulos, recupera ahora uno de los mejores textos de Theroux: «El viejo Expreso de la Patagonia».
Editado en 1979, esta historia de un viaje en tren por las Américas no ha perdido con los años ni interés ni fuerza. Sigue siendo una obra modélica. Y la traducción de Juan Gabriel López Guix está a la altura del autor, un hombre que ha recorrido el Mundo y ha sabido describir en crónicas el universo que le rodeaba.
El viejo expreso de la Patagonia es un tren del sur de América, y da título a este libro. Pero sus páginas están repletas de trenes, de viejos y poderosos armatostes de diferentes tamaños, categorías, recorridos y nombres. Con sólo nombrarlos la imaginación se dispara: La Bala de Balboa, el Tren de la sierra, el Lone Star, el Jarocho de Veracruz... Theroux inicia su viaje en un transporte de cercanías en Boston, un tren de trabajadores que tiene poco de mágico.
Recorre América de norte a sur y nos lo cuenta con detalle, recreándose en la naturaleza y en la gente, en paisajes que le hacen sentirse vivo y personajes que le hacen sentirse bien. Cuando llega a la Patagonia subido en el viejo Expreso, con los huesos molidos y los músculos machacados, sólo acierta a pensar que estaba en el fin del mundo.
«Pero lo más sorprendente de todo era que seguía estando en el mundo al cabo de todo ese tiempo», escribe, «en algún punto en esa parte inferior del mapa. Pensé: el fin del mundo es un lugar».
|