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Nos provocan odio o fascinación, jamás indiferencia. Sus fauces dislocadas desproporcionadamente abiertas, sus colmillos chorreando veneno, su piel escamosa y su inquietante zigzagueo. Eso sin hablar de su plomífera mirada o su gélida temperatura corporal. No hay una sola cultura primitiva que no las venere o las maldiga, no hay un solo campesino que no sienta un escalofrío en la columna cuando se cruza en el camino de una víbora.
«A mi me seducían las serpientes a pesar de que me repugnaban», escribe el autor. «La atracción era tan fuerte como el miedo: una especie de temor reverencial y paralizante; la infatuación era el resultado. La presencia de serpientes parecía verter una extraña luz sobre el paisaje, una luz que podría acompañar el fin del mundo; descarnada, severa y viva con una energía crepitante. En esos momentos sentía como si una embestida latiera dentro de mí, haciendo de ese uno de los momentos más intensos de mi vida».
Jeremy Seal ha planteado este trabajo de una manera muy inteligente. Por un lado es un libro de viajes, con el que podemos recorrer todo el planeta, desde Africa hasta la India pasando por Australia y América, arrastrándonos junto a los ofidios más letales. Por otro es un thriller, con historias tan fascinantes como aquélla en que un predicador sádico obliga a su mujer a recibir la mordedura de varias serpientes de cascabel. Incluso puede parecer, en determinados momentos, una novela histórica, sembrada de referencias a culebras célebres, víctimas ilustres y herpetólogos consagrados.
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