El autor de «El viaje de Baldassare», el libanés Amin Maalouf es un escritor con suerte. Por un lado, sus libros se venden por millones. Por otro, es respetado y reconocido por hordas de despiadados críticos y lectores. Ocupa una posición privilegiada que le permite navegar por vericuetos ásperos y codearse con zafios colegas sin riesgo de naufragar.
Maalouf está por encima del bien y del mal. Y la culpa la tienen libros de la categoría de «León el Africano», «Samarcanda» o «Las cruzadas vistas por los árabes». Literatura de viajes que invita a leer, soñar y, sobre todo, viajar. Su última obra está a la altura del autor. Es lo mejor que puede decirse de ambos.
Un hombre, Baldassare, no cree en la profecías de agoreros e iluminados sobre el fin del mundo en 1966 y emprende un viaje en busca de un libro maldito. En esas páginas mágicas debe encontrar el nombre perdido con el que invocar a Dios y ganar, en esos momentos de sofoco y angustia, el ansiado cielo. Nuestro héroe llega a Londres después de cruzar el Mediterráneo, y vivir situaciones límite en paises acosados por el miedo, la miseria y la guerra. No encuentra el paraíso, pero sí el amor.
«He nacido extranjero, he vivido como extranjero y moriré más extranjero aún», escribe Maalouf en una obra que, sin ser un libro de viajes propiamente dicho, engrandece la literatura de todos aquellos que sueñan con paises lejanos, culturas exóticas y gentes abiertas.
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