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RUTA EN MOTO
Carreteras infames y emociones fuertes

Por JAIME ESTEVEZ

Proponemos esta ruta en moto para los amantes de las dos ruedas que encuentran en el placer de viajar y no en la velocidad a la que se hace el aliciente principal para sacar el traje de cuero y lanzarse a la carretera. Para ello hemos seleccionado una ruta exclusiva, que aunque no se aleja en exceso de Madrid, nos sumerge en un mundo remoto, mucho más distante que aquellos a los que se puede acceder por cualquier autopista. Efectivamente, la esquina norte de la provincia de Guadalajara, encerrada entre los altos de Somosierra y la sierra de Ayllón, está anclada en un tiempo pasado, y los accesos hasta estas comarcas sufren del abandono y la erosión propios de las tierras que quedan al margen de las grandes vías de comunicación.

Para llegar hasta allí hemos optado por seguir el ejemplo de la naturaleza y remontar, desde Madrid, el curso del río Jarama, que nace por aquellas tierras. De este modo, saldremos de Madrid por la carretera de Burgos (N I), que será nuestra única concesión a las autovías en todo el itinerario, y al cabo de apenas 15 kilómetros tomaremos la salida hacia Algete. El paisaje no invita a detenerse, y antes de llegar a esta población, observaremos a la izquierda el cruce que indica la dirección de Torrelaguna.

Desde este pueblo serrano proseguimos la ruta sin detenernos, en dirección a Patones de Abajo, sin grandes encantos, pero de la que parte el camino que nos conduce a Patones de Arriba: uno de los pueblos más bellos de la provincia de Madrid y precedente estético de los pueblos negros que nos acompañarán en nuestra ruta.

Visitada la localidad, proseguimos por la carretera por la que hemos venido en dirección al embalse de El Atazar, origen del río Jarama. Este pantano es de visita recomendada por sus vistas panorámicas y lo agradable del entorno, pero si no se dispone de mucho tiempo, es mejor tomar directamente el desvío de la derecha que conduce a Valdepeñas de la Sierra, cruzando el Jarama y adentrándonos en tierras de Guadalajara. Ahora es cuando la carretera se torna realmente vil, y las medias de velocidad bajan dramáticamente. Sin embargo, la espectacularidad del paisaje compensa las penalidades del asfalto.

Antes de llegar a Valdepeñas, habrá que tener cuidado para no pasarnos el desvío hacia Tortuero, reconocible porque su asfalto denota un estado aún más mezquino que el de la carretera que hasta aquí hemos seguido. De nuevo, y antes de llegar a Tortuero, habremos de fijarnos en la desviación correcta, hacia la Puebla de Vallés, cuya única seña de identidad son dos señales de tráfico, innecesarias limitadoras de velocidad, que se ubican en uno de los dos ramales en que se bifurca el camino.

Y una última posibilidad de confusión: al pasar frente a Valdesotos, veremos que a la derecha de la carretera un gran cartel indica: «Camino Rural de Valdesotos a Puebla de Vallés». Esta es la dirección a seguir. Desde Puebla a Tamajón, que es cabeza de comarca, la carretera es buena y está bien señalizada.

En Tamajón ya se puede comer o dormir si fuera necesario, pero el motero que desee sacarle todo el partido a la jornada hará bien en aprovechar las horas que resten, pues a partir de aquí aumenta la espectacularidad del paisaje y el encanto de los pueblos a visitar.

Continuando por la carretera por la que hemos venido, la CM 1004, encontramos, a pocos kilómetros, la Ciudad Encantada de Tamajón, cuyas formas recuerdan, aunque a menor escala, las de su homónima de Cuenca. A partir de aquí la carretera se sumerge de lleno en la llamada ruta de la Arquitectura Negra. Campillejo, Campillo de Ranas y Majaelrayo son los pueblos negros que encontramos a continuación, siguiendo un firme que parece degradarse por momentos. La oscura pizarra con que han sido construidas todas las casas de estos pueblos les da un tinte tenebroso que impresiona aún más con las últimas luces de la tarde. En función del tiempo de que dispongamos podremos visitar o no estos tres pueblos, ya que la ruta señalada se desvía a la altura de la Ciudad Encantada, para proseguir a través de un revirado camino en dirección a Valverde de los Arroyos.

Las curvas de la carretera que lleva a Valverde nos hacen ganar altura rápidamente, a medida que nos acercamos a la cumbre del Pico Ocejón, que con sus 2.048 metros hace las delicias de montañeros y excursionistas

Para el que decida pasar noche en las acogedoras cabañas de Valverde de los Arroyos puede ser muy estimulante al amanecer realizar la pequeña caminata que, atravesando el pueblo, nos lleva hasta las Chorreras de Despeñalagua, –magnífico salto de agua que casi desde la cumbre del Ocejón se precipita al vacío en un salto de más de 80 metros de altura– que cobran su máxima belleza tras las épocas de lluvia.

Tras ello, continuamos viaje en busca, presumiblemente, de un lugar donde llenar el depósito de gasolina, que es lo más difícil en esta parte de Guadalajara. Para ello, habrá que continuar por la única carretera posible en dirección a Galve de Sorbe, de la que nos separan 26 kilómetros. La llegada a esta localidad serrana es hermosa por la silueta del castillo que aparece tras superar la colina que la precede, y por una ermita románica contigua al pueblo. Pero para llegar al surtidor, que puede ser mucho más apetecible, aún deberemos recorrer diez kilómetros en dirección a Atienza, para encontrarlo en la población de Condemios de Arriba. Sin embargo, si nuestro tanque de gasolina no está muy apurado, podemos visitar antes y en dirección contraria el famoso hayedo de la Tejera Negra, que precisamente por estas fechas alcanza su mayor esplendor, con los tonos ocres y rojizos de estas hayas, que son las más meridionales de Europa.

Prosiguiendo nuestra ruta desde Condemios, tomaremos en el próximo cruce la dirección de Hiendelaencina, que es una curiosa población, ajena al turismo, donde llegaron a funcionar más de 200 minas de plata durante el siglo XIX. La carretera que lleva a Hiendelaencina permite una conducción un poco más alegre, por el firme de su asfalto y el buen trazado de sus numerosas curvas. Antes de llegar habremos de atravesar varios pueblos fantasmas semiderruidos que producen una extraña sensación de desasosiego y nos recuerda lo remoto del lugar que recorremos.

En la plaza mayor de Hiendelaencina podemos preguntar cómo se toma la carretera que conduce hacia Atienza, ya que no aparece bien indicada, y partir hacia allá sin más dilación, ya que son muchas las sorpresas que nos depara esta impresionante villa medieval.

De entrada, su macizo e inexpugnable torreón habla claro del pasado bélico de la villa, y la calle principal refleja en sus edificios el poder y dinero que hubo en Atienza durante buena parte de la Edad Media. Además, para los aficionados al arte, hay pocos sitios con tal concentración de iglesias románicas y museos. Pero es su castillo, de visita libre y con unas vistas espectaculares, lo que más llama la atención del viajero. También es Atienza un buen sitio para comer y dormir.

De Atienza a Madrid sugerimos volver directamente por la carretera CM 101 en dirección Guadalajara, que permite hacer kilómetros a mayor velocidad. Tan sólo es conveniente una última parada para almorzar o cenar en Jadraque, cuyo cabrito asado es una de las delicias que siempre debe figurar en la agenda de un buen rutero. Sobra recomendar la visita al Castillo del Cid, de formas esbeltas y desde el que se alcanza una impresionante vista de toda la comarca. Con esta imagen aún grabada en la retina podemos ya dirigirnos a Madrid, del que nos separa menos de una hora de fácil asfalto.



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